Ya en 1871, Charles Darwin sugirió que la vida podría haberse originado en un «pequeño lago caliente» en la superficie de la Tierra primitiva. Desde entonces, los científicos han descubierto que, si se dan las condiciones adecuadas, pueden formarse moléculas complejas a partir de materiales inorgánicos presentes en algunas masas de agua.
En 1952, Stanley Miller realizó un experimento conocido como el experimento Miller-Yuri y demostró: las moléculas orgánicas, como los aminoácidos, sí pueden surgir en las condiciones que una vez prevalecieron en nuestro planeta. La investigación también confirmó que los componentes básicos del ARN, esenciales para la vida, pueden crearse utilizando altas concentraciones de fosfato. Sin embargo, esto había planteado anteriormente un problema porque los entornos acuáticos naturales contienen mucho menos fosfato.